lunes, 7 de octubre de 2013

“Te veo, muerte roja”

Cuando mi padre me había dicho que el príncipe pondría fortalezas para mantenernos alejados de la gente apestada y enferma, supe que algo estaba mal. Esa visión egoísta de este hombre, el tal príncipe próspero” me daban arcadas. No tuve opción, mi padre no me dejaría escapar ya que las sensaciones de muerte inundaban mi cuerpo impidiéndome desenvolverme en cualquier actividad, incluso si controlaba este don, la muerte ahí fuera no dejaba escapar a ninguna de sus víctimas. No puedo negar que la fortaleza al ser construida era lo más precioso y lleno de vida que hubiera visto, pero me negaba a contagiarme, incluso me daba un remordimiento absoluto el probar las dulces y jugosas frutas que lo otros, fuera de estos inmensos fuertes, tenían prohibido comer.

“Gran Mascarada por la vida”, ese era el anuncio que vi al despertar. Mi padre rebosaba de alegría al saber que quizá su hija pudiera conocer al “príncipe próspero”, en resumidas cuentas era lo más estúpido que pude oír. A pesar que el sol estaba en lo alto y majestuosamente brillante, mi corazón paraba a ratos, un impulso quería salir de mi alma, un grito, sabía lo que era y no podía hacer nada contra ello, más bien estaba impaciente por saber que podría revertir el egoísmo y la vida perfecta de ese lugar.

Durante toda la noche decidí refugiarme en el salón azul. Toda esa gente parloteando, bailando y callando a momentos por ese sonoro y feo reloj me causaba pavor. Sólo me senté en el más cómodo sofá aterciopelado.  Y el impulso, ese ataque que supuestamente podía controlar sale de repente.  En ese momento sin poder evitarlo podía ver aquellos colores que anunciaban una inminente muerte, el amarillo verdoso estaba en la piel de todos. Pasaban y me sonreían y yo hacía mi mejor esfuerzo por responder, hasta que en un momento me vi sola y en silencio. Solo en un rincón en el único lugar oscuro del salón estaba una figura que me miraba y con su mano cadavérica me hizo el gesto de silencio. Miré mi piel, estaba pálida, quizá moriría después que todos. Aquella figura sin quitarme la mirada se movió hacia donde estaban todos. No pude correr, no quise correr. La muerte roja al fin había llegado.

Autor: Estefanía Ocaranza Correa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué interesante el ejercicio. Me gustó saber qué no todos los asistentes a esas fiestas apoyaban el egoísmo de Prospero. Ciertamente la conciencia y rebeldía del relato le da un toque estético posmoderno súper interesante. Sólo hubiera querido saber con profundidad y detalle cuál era el impulso que quería salir de mi alma.
Saludos!

Unknown dijo...

Muchas gracias por el comentario! El impulso de la muchacha se refería a su don de poder percibir la muerte que poco a poco se acercaba, ella podía ver también cuánto tiempo de vida le quedaba a la gente a través del color de la piel de éstos :)
Greetings!

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